DÍA DE MUERTOS

 

Cuando los conquistadores españoles llegaron a América en el siglo XV, ellos estuvieron aterrados por las practicas paganas de los indígenas, y en un intento de convertir a los nativos americanos al catolicismo movieron el festival hacia fechas en el inicio de noviembre para que coincidiesen con las festividades católicas del Día de todos los Santos y Todas las Almas.

 

El Día de Todos los Santos es un día después de Halloween, donde este último fue también un ritual pagano de Samhain, el día céltico del banquete de los muertos. Los españoles combinaron las costumbres de Halloween con el festival similar mesoamericano, creando de este modo el Día de Muertos.


ANTIGUAS COSTUMBRES EN EL MÉXICO ACTUAL

 

 

VIEJAS costumbres y creencias religiosas coexisten con el uso de modernas tecnologías —como los teléfonos celulares e Internet— en el México actual. Con el transcurso de los siglos, la Iglesia Católica Romana asimiló algunas costumbres indígenas que aún caracterizan el culto de los mexicanos católicos.

 

 

Por ejemplo, cada 2 de noviembre, multitud de fieles acuden a los cementerios para celebrar el Día de Muertos. Sobre las tumbas de sus seres queridos depositan flores, alimentos y bebidas alcohólicas; algunos hasta llevan conjuntos musicales para que interpreten las canciones preferidas del difunto; asimismo, muchos católicos levantan en sus casas altares donde colocan un retrato del finado.

La Enciclopedia de México señala que ciertas prácticas de esta celebración en honor de los difuntos parecen “conservar elementos de las ceremonias indígenas de los meses ochpaniztli y teotleco, durante las cuales se ofrendaban a los manes [las almas de los muertos] flores de cempasúchil y tamales de maíz, en una época del año en que acaban de levantarse las cosechas: fines de octubre y principios de noviembre”. Como lo indica esta obra, algunas de las costumbres son un reflejo de festividades similares que se llevaban a cabo en tiempos prehispánicos, en las que reinaba un espíritu de carnaval

 

 

El día de Todos los Santos y el día de los Difuntos se basan en la creencia de que los muertos sufren o de que de alguna manera pueden perjudicar a los vivos. Sin embargo, la Biblia indica claramente que tales creencias no son ciertas, pues dice: “Los vivos tienen conciencia de que morirán; pero en cuanto a los muertos, ellos no tienen conciencia de nada en absoluto” (Eclesiastés 9:5).

De ahí que aconseje: “Todo lo que tu mano halle que hacer, hazlo con tu mismo poder, porque no hay trabajo ni formación de proyectos ni conocimiento ni sabiduría en el Seol [la sepultura común de la humanidad], el lugar adonde vas” (Eclesiastés 9:10). Como los muertos están inconscientes y, por lo tanto, no pueden sufrir ni perjudicar a nadie, no tenemos nada que temer de ellos. Además, las oraciones para ayudarlos tampoco son de utilidad alguna. ¿Significa esto que no existe ninguna esperanza para nuestros difuntos? No. La Biblia nos garantiza que “va a haber resurrección así de justos como de injustos” (Hechos 24:15).

 

¿Importan las raíces?

 

El apóstol Pablo dio el siguiente consejo: “No lleguen a estar unidos bajo yugo desigual con los incrédulos. Porque [...], ¿qué armonía hay entre Cristo y Belial? ¿O qué porción tiene una persona fiel con un incrédulo?”. Además recomendó: “Asegúrense de todas las cosas; adhiéranse firmemente a lo que es excelente” (2 Corintios 6:14, 15; 1 Tesalonicenses 5:21).

Esta exhortación es pertinente en la actualidad. Debemos reflexionar sobre nuestra religión y preguntarnos: “¿Estoy adorando a Dios tal como él manda en su Palabra, la Biblia? ¿O hay aspectos de mi adoración que se derivan del culto a dioses falsos?”. Quien desee agradar a Jehová, el verdadero Dios, actuará sabiamente y buscará las respuestas a estas interrogantes

 

Información tomada de  la revista  ¡Despertad! 2008 g 3/08 pág. 22-23  



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